En la historia, personajes como Joseph Fouché, descrito por Stefan Zweig como un «genio tenebroso», encarnan la corrupción y el cálculo frío en la política, operando bajo la convicción de que «todo hombre tiene un precio, la pregunta clave es saber cuál». En el Chile de hoy, esta visión no parece tan lejana. Lo que Fouché representaba en su tiempo, el uso del poder para manipular y corromper se refleja en los casos de corrupción que hoy afectan a nuestras instituciones.
Claramente, la corrupción no es un fenómeno nuevo, pero lo que resulta preocupante es cómo se ha normalizado en algunos sectores, donde los intereses personales prevalecen sobre los valores y principios que deberían guiar la conducta de quienes están en posiciones de poder. Los hechos revelados por los audios del abogado Luis Hermosilla y los registros de conversaciones por whatsapp, nos muestran hasta qué punto la ambición puede corromper el sistema, afectando tanto a instituciones públicas como privadas. Fouché, que no dudaba en traicionar a sus aliados o manipular a quienes estaban a su alrededor para mantener su poder, habría encontrado en estos escándalos un terreno fértil para su forma de operar.
La gran pregunta es, ¿estamos preparados para enfrentar la corrupción en todas sus formas? La evidencia sugiere que la sociedad chilena ha tolerado durante demasiado tiempo la impunidad en casos de corrupción, lo que ha erosionado la confianza en las instituciones y en la justicia. Esta aceptación tácita ha generado una cultura de desconfianza y cinismo, donde el descontento con el sistema es palpable, pero las acciones para combatirlo eran insuficientes.
Este ciclo de corrupción y falta de accountability no solo afecta a quienes están directamente involucrados, sino que debilita el tejido social en su conjunto. Los chilenos enfrentamos desafíos reales en nuestro día a día, y la percepción de que la corrupción es un mal menor comparado con otros problemas más urgentes ha permitido que esta plaga siga expandiéndose.
Pero a diferencia de la Francia de Fouché, en Chile tenemos la oportunidad de cambiar el rumbo. En este sentido, la nueva Ley de Delitos Económicos y Atentados Contra el Medioambiente busca poner un freno a estos abusos de poder, estableciendo límites claros y sanciones severas para quienes se aparten del camino de la ética. Sin embargo, la efectividad de esta ley dependerá en gran medida de cómo se implemente y si realmente se aplican las sanciones correspondientes sin distinción. Es fundamental que tanto el sector público como el privado tomen en serio esta normativa y refuercen sus modelos y herramientas de compliance, no solo como un requisito legal, sino como una responsabilidad ética hacia la sociedad.
No podemos olvidar que la corrupción afecta a las personas en un nivel profundo. Traiciona la confianza, distorsiona las relaciones y deja cicatrices que son difíciles de sanar. En el País que amamos, donde la corrupción ha tocado tantos ámbitos, es vital que cada uno de nosotros se comprometa a rechazar este mal en todas sus formas, trabajando para construir un Chile más justo y transparente.